Cuando el mar sabe a historia

Por Giovanna Serrano.

El sol apenas roza la línea del horizonte y ya hay movimiento en la playa. Una figura solitaria avanza entre las sombras, cargando redes, una hielera y un café en termo. El motor de una pequeña lancha rompe el silencio suave de la madrugada, mientras las aves revolotean por encima como si intuyeran lo que está por venir. En Puerto Ángel, Oaxaca, aún existen quienes salen al mar no solo por trabajo, sino por herencia. Por costumbre. Por respeto.

Desde hace más de cuarenta años, ese pescador —que prefiere hablar del mar antes que de sí mismo— lanza su ancla en las aguas tranquilas de este rincón del Pacífico. A diferencia de las embarcaciones industriales, su método es sencillo y directo. No hay redes arrasadoras ni toneladas de captura. Solo lo que da el día. Solo lo necesario. Esa es la regla no escrita que aprendió desde niño y que aún enseña a sus hijos y sobrinos, cuando alguno decide acompañarlo.

Dice que el mar enseña paciencia. Que hay días buenos y otros de volver con las manos vacías. Pero también que cada pez tiene su momento y que hay temporadas para dejar descansar las aguas. Habla mientras revisa el nudo de sus redes, como si cada hilo contuviera una historia. Y en realidad, así es. Cada día de pesca artesanal está cargado de una sabiduría que no se aprende en libros, sino escuchando a los más viejos, leyendo el color del cielo, el movimiento de las olas, la forma en que los peces cambian de profundidad.

Su trabajo, aunque silencioso, sostiene la vida de muchas otras personas en el pueblo. Los restaurantes familiares y fondas del puerto esperan su llegada cada mañana. A veces lo reciben con huachinangos o robalos brillantes, otras con mojarras plateadas recién sacadas del mar. La cocinera de una fonda cercana me cuenta que reconoce de inmediato cuándo el pescado es suyo. “Se nota en el olor, en la carne, en el sabor. No es lo mismo que lo que viene en cajas o con hielo.” Lo dice mientras revuelve una olla de escabeche con esa certeza que solo da la experiencia.

En este pueblo costero, el mar no solo da alimento: conecta, sostiene y enseña. La cadena alimentaria aquí tiene rostro, tiene nombre, tiene ritmo propio. A diferencia de las grandes ciudades donde todo se compra en anaqueles, aquí el pescado no tiene etiquetas ni marcas, pero sí historias. Hay una trazabilidad invisible pero viva, sostenida por la confianza y la memoria.

La comida sabe distinto cuando se conoce su origen. Y sabe aún mejor cuando quien la produce lo hace con conciencia. Él nunca pesca más de lo necesario. No usa químicos ni refrigeradores industriales. “Lo que no se vende, se comparte. Aquí nada se tira”, me dice. También cuenta que cuando alguien del pueblo necesita pescado y no puede pagarlo, muchas veces simplemente lo regala. Porque el mar da, pero también enseña a dar.

Hay algo profundamente valioso en ese ir y venir de cada jornada. En la rutina sin espectáculo. En ese trabajo callado que parece simple, pero que sostiene mucho más de lo que se ve. No es solo pesca: es un vínculo con la naturaleza, una práctica comunitaria, una forma de habitar el mundo sin romperlo. La pesca artesanal, en su forma más pura, no solo alimenta: también cuida.

Cuando le pregunto si ha pensado dejar de salir al mar, sonríe sin prisa. “¿Y qué hago yo sin esto?” me responde. No lo dice con resignación, sino con certeza. Hay oficios que son también hogar. Este, sin duda, lo es. “Mientras el cuerpo aguante, aquí estaré”, agrega, mientras se despide para volver al mar al día siguiente.

Viajar, a veces, es también aprender a ver lo invisible. A reconocer que detrás de un platillo que llega a nuestra mesa hay manos que madrugan, que conocen los ciclos del mar, que cuidan lo que otros explotan. En Puerto Ángel, la pesca artesanal sigue viva. Y con ella, la memoria de un lugar que resiste no solo con palabras, sino con actos diarios, silenciosos y sabrosos.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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