La nueva tendencia que cambia las listas de espera de restaurantes por largas colas en
panaderías de moda
Por Lidia Baluja
Antes de llegar a un nuevo destino, planear visitas a bares y restaurantes se ha convertido en algo tan habitual como recorrer sus monumentos o museos. A esta rutina, en los últimos años, se le ha sumado un nuevo paso: la búsqueda de las mejores pastelerías y panaderías. La razón, además de las redes sociales y sus infinitas recomendaciones en busca del croissant perfecto, es la sencillez asociada a una panadería. Para disfrutar, ya no se necesita un gran presupuesto, seguir normas de protocolo o vestir de etiqueta: basta con un poco de paciencia en una cola que huele a mantequilla y pan recién hecho, que a menudo termina con una bolsa de papel caliente entre las manos, porque conseguir una mesa es casi imposible.

El turismo de panadería –o bakery tourism– se ha convertido en una de las tendencias más atractivas del turismo gastronómico. Ha traído consigo un nuevo término: bakery pilgrims o peregrinos de panadería, personas dispuestas a recorrer cualquier distancia para probar los mejores panes, pasteles y viennoiseries.
El fenómeno no nació en los hoteles de lujo, sino en las calles de barrio. Pequeñas panaderías, muchas veces familiares, comenzaron a hacerse virales gracias a la fotografía perfecta de una pieza recién salida del horno. Instagram y TikTok contribuyeron a su fama, convirtiendo negocios locales en destinos internacionales por los que la gente se subiría a un avión. Un cinnamon roll en Copenhague o un buen croissant en Londres podrían, en cuestión de horas, motivar a miles de personas a poner la ciudad en su lista de viajes, aunque solo sea para probarlos.
No obstante, a esta tendencia no son inmunes las grandes cadenas hoteleras. Se han sumado con grandes colaboraciones: Cedric Grolet en el Berkeley (Londres), Le Meurice (París) o su nueva apertura en el Hotel de París (Montecarlo); Richard Hart y su próxima apertura en el icónico Claridge’s de Londres; y otros grandes nombres de la industria como Pierre Hermé y Tom Coll, que
podrás encontrar en hoteles de Dubái o Singapur.
Pero, a pesar de poder encontrarla en hoteles de lujo, esta nueva tendencia está consiguiendo que los comensales de los mejores restaurantes cambien su reserva en el sitio de moda por un puesto en la cola de una panadería de barrio.

No es solo pastelería fina lo que se busca: las protagonistas son las piezas de viennoiserie, bollería hojaldrada a la perfección que deleita al paladar y a la cámara por un precio mucho menor al de una cena al mismo nivel de calidad. Además, el formato to go facilita que locales y turistas convivan en la misma experiencia, aunque sea brevemente.
Considerando que hablamos de bollería, podría pensarse que es un fenómeno en auge en París o Copenhague, ciudades conocidas por su cultura panadera y repostera. Sin embargo, se trata de un fenómeno global. En Corea del Sur, considerado por muchos como cuna de los bakery pilgrims, hasta han creado un término para describirlo: “bbangjisullae”, combinación de “bbang” (pan) y “seongjisullae” (peregrinación). Allí, pastelerías como Sungsimdang atraen multitudes; en Ciudad de México, las conchas gourmet reinventan la tradición, y en Sídney, el lamington se ha convertido en el motivo de muchos para visitar la ciudad. Es un estilo de vida (o viaje) que acompaña a turistas por todas las ciudades del mundo, ayudándoles a conocer la cultura local a través de sus masas, sus métodos de elaboración y los sabores que las caracterizan.
Si nos centramos en el Reino Unido, el mercado de la panadería es uno de los más grandes de la industria alimentaria, valorado en casi 6.000 millones de libras, según la Federation of Bakers. El crecimiento de este sector no solo responde al consumo diario de pan, antes poco común, sino también al flujo constante de visitantes que buscan panaderías icónicas como Layla y su icónico croissant en forma de lazo en Notting Hill, o Pophams en Islington. Saliendo de Londres, Lannan Bakery, en Edimburgo, se ha convertido en parada obligatoria para quienes buscan una experiencia repostera tan memorable como una visita al castillo o un paseo por la Royal Mile, aunque la cola para poder degustar sus creaciones sea de al menos una hora la mayoría de los días.
El bakery tourism no solo mueve economía, también construye comunidad. Las panaderías se convierten en puntos de encuentro donde convergen vecinos, viajeros, foodies y curiosos. Es un espacio democrático: en la misma cola puede haber un chef con estrella Michelin, un estudiante con su primer sueldo y un turista japonés que viajó solo para probar ese hojaldre.
La tendencia no muestra signos de agotamiento. De hecho, está mutando hacia conceptos aún más experienciales: panaderías que ofrecen talleres para visitantes, rutas organizadas por barrios o productos de edición limitada que obligan a planificar un viaje solo para conseguirlos.
En un mundo que busca experiencias auténticas, la panadería se ha convertido en un lujo accesible y, al mismo tiempo, un nuevo marcador cultural de las ciudades. La pregunta ya no es qué museo visitarás, sino qué pieza de bollería será el mejor recuerdo de tu viaje.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.