El patrimonio arquitectónico de ipuzkoa, una víctima de su propio patrimonio institucional

Por Patricia Xercavins.
Vista desde un cerro del valle de Aralar con construcciones disgregadas

EL PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO DE GIPUZKOA, UNA VÍCTIMA DE SU PROPIO PATRIMONIO INSTITUCIONAL

El paisaje de la provincia de Gipuzkoa, en el norte de España, se caracteriza por escarpadas montañas,
valles y bosques de verde intenso con ovejas. A ello se suman edificaciones disgregadas que le dan ese aire tan característico.

Tradicionalmente, su población ha vivido del campo. Y en tiempos más recientes, cuando muchos empezaron a trabajar en la industria, han mantenido por tradición familiar la explotación ganadera y agrícola. Ello ha sido posible gracias a que la casa de campo —o mejor dicho, el “caserío”— no solo era casa. También era almacén en la planta primera, donde se guardaban las provisiones del año, y cuadra para los animales en la planta baja.

Poco a poco, más y más familias van dejando el trabajo del campo. Hacerlo a pequeña escala y para la
subsistencia anual de la familia ya no es rentable. Es un trabajo duro, que ya pocos quieren hacer, o pocos pueden asumir. El resultado de ello es el vaciado de las casas. El mantenimiento es caro, y sobran muchos metros cuadrados si no se trabaja la tierra y no hay animales.

Frente a esto, los gobiernos locales y las leyes que protegen el patrimonio arquitectónico son implacables: si se quiere vivir en estos caseríos, no se permite su división para más de una familia. Y, al mismo tiempo, se obliga a cumplir todas las normativas de construcción vigentes sin modificar los huecos.

Todo ello condena a la destrucción a estos bellos ejemplos de arquitectura tradicional popular.

Vista más cercana del valle donde se pueden apreciar la dispersión de caseríos y los caminos que los unen
Vista de la aproximación a uno de estos caseríos

Una de las características más reconocibles de esta zona es, sin duda, su color verde intenso.
Un verde que se mantiene gran parte del año y que lo cubre todo como un manto. Esta intensidad como no es casual: la lluvia y la humedad son muy habituales, y los días de niebla son tan frecuentes que acaban marcando el paisaje.
Esta mezcla de elementos crea escenas que cambian constantemente. A veces el verde brilla con intensidad bajo el sol, otras veces queda difuminado tras una capa de bruma. Cada recorrido por sus caminos ofrece una imagen distinta, y es difícil no descubrir un ángulo diferente cada vez que se visita.
Hay algo que atrapa en estos valles que parece invitar a querer formar parte de una manera u otra de la naturaleza. Y no solo de la naturaleza, también de sus casas, que tienen un papel tan protagonista a la vez que respetuosos con el entorno.

Caserío tradicional con el Txindoki de fondo y claros signos de deterioro en la fachada. Se aprecia también la rampa de acceso al almacén situado en la planta primera, típica de este tipo de construcciones
El entorno es idílico en el municipio de Amezeketa, pero el caserío muestra ya un avanzado estado de deterioro.
Caserío en el municipio de Beasain en el que el paso del tiempo parece haber ganado la partida
Caserío en Irún completamente derruido que
además esta protegido como edificio de valor
en el municipio
Caserío en Amezketa en el que ya se ha caído gran parte de la cubierta por falta de mantenimento

En el País Vasco existía una tradición hereditaria conocida como “mayorazgo”, por la cual el caserío se transmitía íntegramente al hijo varón de la familia. Aunque la costumbre no distinguía entre hombre y mujer, lo habitual era que la hija mayor se trasladara al caserío de su marido.

El objetivo de esta práctica era mantener el patrimonio familiar y asegurar la continuidad de la explotación agrícola y ganadera dentro de una familia nuclear.

Su función era práctica: evitar la fragmentación del caserío. Pero creo que ahí está el origen de que hoy, en muchos casos, se haya complicado su permanencia.

Caserío en Azpeitia que se resiste como puede. En él que una pareja joven intenta rehabilitarlo en fases
Caserío en Mutiloa donde la naturaleza va ganando terreno. Las herederas intentan darle una segunda vida como hotel rural, aunque de momento han desistido debido a las trabas burocráticas.
Interior de caserío en Mutiloa donde se aprecia la estructura de madera.

Los caseríos están construidos con paredes de piedra y estructura de cubierta y entreplanta de madera. Aunque algunos datan del siglo XVI, la mayoría se levantaron durante el siglo XIX.

Si no les ha entrado agua, sus interiores suelen conservarse en perfectas condiciones.

Las estructuras de madera son preciosas e ingeniosas. A menudo sorprenden por la lógica con la que están resueltas y por cómo se han mantenido en pie, incluso sin apenas mantenimiento, durante generaciones.

Interior de caserío en Mutiloa en el que la vida parece que se paralizó de un día para otro y se congeló.
Detalle de entramado de madera de caserío restaurado
Detalle de simbología tradicional habitual en los caseríos
Detalle de puerta de madera de acceso tradicional a los caseríos

Los caseríos no solo sorprenden por su tamaño o su relación con el paisaje. Si te acercas y los miras con bien, cada uno guarda símbolos y soluciones que revelan el saber y la tradición de un lugar.

Las partes superiores de muchos caseríos se resuelven con entramados de madera rellenados con ladrillo. Pero no es una madera cualquiera: algunas piezas tienen forma de horquilla invertida, y no es al azar. Durante los siglos XVI y XIX, una generación plantaba los árboles pensando en la casa que construirían las generaciones futuras, guiando su crecimiento para obtener vigas curvadas. De esta manera no se optimizaba la resistencia estructural de la madera y se necesitaba menos material.


También aparecen símbolos paganos y cristianos alrededor de las puertas, recordando mucho del pasado de estas tierras. En las puertas de Gipuzkoa es habitual encontrar el “eguzkilore,” (flor sol), una flor seca clavada para proteger el hogar de los malos espíritus. A veces aparecen “lauburus”, cruces de cuatro brazos curvados que
representan los ciclos de la vida y la unión de los elementos. Su nombre en euskera, lauburu, significa literalmente «cuatro cabezas», y es desde hace siglos un símbolo de identidad y protección en el País Vasco. Y junto a ellos, simples cruces cristianas hechas con dos palos de madera.


Las puertas de entrada también tienen su historia: tablones de madera maciza unidos con tachuelas de hierro forjado de la época. Incluso los pomos llevaban su propio simbolismo con una mano.


Hoy, aunque muchas casas estén vacías y la vegetación crezca, todos esos detalles siguen contando mucho.

Caserío reformado en Altzo. Vivienda y eventos
Caserío reformado en Beasain. Hotel rural.
Caserío reformado en Amezketa. Museo
Caserío reformado en Bizkaya. Museo

Hoy en día, algunos caseríos han logrado rehabilitarse, pero casi ninguno sigue siendo una vivienda familiar.


Se transforman en alojamientos rurales, museos, restaurantes o espacios para bodas y celebraciones, porque es lo que permiten las normativas. Y no está mal, ¿pero, necesitamos tantos de estos como caseríos existen en Gipuzkoa?


Me temo que si no se flexibilizan esas leyes, si no se permite que vuelvan a habitarse, aunque sea dividiéndolos o ampliando alguna ventana, el paisaje de Gipuzkoa cambiará por completo y se llenará del todo de edificios comidos por la vegetación.


Con cada caserío vacío no solo se pierde una casa (y hacen mucha falta en el territorio), sino también una forma de vida, un saber que ha pasado de generación en generación y una relación íntima con el entorno.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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