Por Evi Constanza Segrelles Munárriz

En nuestra reciente llegada al país, fuimos a visitar el Osh Bazaar, el mercado más famoso de la capital. Enseguida pudimos ver expuestas las cosas que el pueblo kirguís considera importantes y representativas de sí mismos. Nos encontramos rodeados de puestos de especias, alfombras, riendas, fustas y monturas hechas a mano con un estilo especial y colorido. Objetos que hablan sin necesidad de palabras. Entre ellos, hay un objeto que destacaba por su blancura casi luminosa: el kalpak, el gorro de lana tradicional kirguís. Ligero, alto, de forma cónica y con bordes negros, el kalpak no es un simple accesorio, sino un emblema nacional. Su presencia es tan poderosa que cada 5 de marzo, Kirguistán celebra el “Día del Kalpak”, una jornada dedicada a honrar lo que este sombrero representa: la continuidad de una identidad que ha resistido siglos de desplazamientos, invasiones y modernizaciones.

El kalpak está hecho de fieltro de lana de oveja, moldeado con agua caliente y prensado amano. Es una reliquia viva del mundo nómada. Su diseño no es casual: los bordes curvos simbolizan las montañas del Tian Shan, y su color blanco representa la pureza y la conexión espiritual con la naturaleza. En una cultura donde los objetos siempre han tenido una función práctica y simbólica, el kalpak unifica ambas dimensiones: protege del sol y del frío, pero también protege la dignidad.

Según la UNESCO (2022), el trabajo artesanal del fieltro en Asia Central constituye “una de las expresiones más antiguas del patrimonio cultural nómada, transmitida de generación en generación, especialmente por las mujeres”. En Kirguistán, esa tradición no ha desaparecido: en los pueblos de Naryn o Kochkor, las familias siguen fabricando kalpaks a mano, siguiendo técnicas que apenas han cambiado en siglos. En los talleres rurales, las mujeres amasan la lana y los hombres cortan y cosen los pliegues con una precisión casi ceremonial.

En las ciudades, la fabricación artesanal convive con la producción comercial. Las tiendas deBishkek exhiben kalpaks en versiones más estilizadas o modernas, hechos a máquina, a menudo destinados al turismo. Esa coexistencia revela un dilema contemporáneo: ¿cómo preservar la carga simbólica de un objeto cuando se transforma en producto? El kalpak, que durante siglos fue parte del vestuario cotidiano masculino, ahora se vende también como souvenir, un signo de orgullo que se adapta a las demandas del mercado global.

Pese a ello, el gorro mantiene su fuerza identitaria. En ceremonias públicas, competiciones deportivas o actos cívicos, el kalpak sigue siendo un emblema visible de pertenencia. El sociólogo kirguís Askat Doolotbekov (2021) señala que “en un mundo donde los símbolos se diluyen en la velocidad de las redes, el kalpak se mantiene como un recordatorio visible de origen y continuidad”. Su uso no es una moda, sino una afirmación de presencia en una sociedad que avanza entre tradición y modernidad.

El Ministerio de Cultura de Kirguistán (2023) ha impulsado programas para proteger la producción artesanal y reconocer oficialmente el kalpak como símbolo nacional, equiparándolo a la bandera o el escudo. Estas políticas buscan garantizar que las técnicas tradicionales de trabajo con fieltro no se pierdan ante la expansión de los materiales industriales y la producción en serie. De este modo, el kalpak se convierte en un punto de encuentro entre la identidad cultural y la sostenibilidad económica.

Al observar tanto a niños en Son Kol como a señores en los parques de Bishkek paseando entre los árboles ambos con su kalpak blanco descansando sobre la frente, uno entiende que este gorro no es un accesorio del pasado, sino una declaración de continuidad. Cada pliegue y cada puntada cuentan una historia colectiva: la de un pueblo que, incluso en la era del algoritmo, sigue hilando su identidad con las manos.

El kalpak resume lo que Kirguistán enseña al viajero: que la modernidad no consiste en borrar lo antiguo, sino en aprender a convivir con él. Bajo ese gorro de lana se guarda algo más que tradición; se guarda la certeza de que la memoria, cuando se cuida, sigue siendo una forma de abrigo.


Referencias:
● UNESCO (2022): Traditional felt craftsmanship in Central Asia → https://ich.unesco.org/en/RL/traditional-felt-craftsmanship-in-central-asia-00385
● Askat Doolotbekov (2021): Identity and Modernity in Kyrgyz Material Culture, Bishkek University Press.
● Ministerio de Cultura de la República Kirguisa (2023): Programa de preservación del patrimonio artesanal.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

Por alumni

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