Todos somos viajeros. Todos, sin excepción. Hasta los más recalcitrantes sedentarios suelen viajar con la imaginación a través de la televisión o de la literatura o, como mínimo, a través de la propia vida, que es el gran viaje de nuestra existencia. Desde nuestros orígenes más remotos, cuando nuestros antepasados homínidos abandonaron la protección del bosque y se adentraron en la sabana africana para buscar comida, el ser humano ha sido un animal en movimiento.
El nomadismo forma parte de nuestro ADN, aunque la civilización haya intentado encerrarnos en las difusas murallas de ciudades, rutinas y trabajos estáticos. El nacimiento del lenguaje, con el eco de las cuevas y refugios naturales en los que pasaban la noche esos hombres prehistóricos, seguramente estuvo relacionado con la voluntad de expresar, más allá de lo que pudieran hacer las manos o los gruñidos, lo que se había hecho o visto durante el día. Los primeros viajes narrados fueron los de esos grupos de cazadores recolectores que regresaban al campamento y que explicaban a sus familias y amigos cómo había ido el día, dónde estaba el agua que habían visto, o ese matorral lleno de frutos rojos, o ese valle al fondo del cual pastaban tantos mamuts…
Es posible incluso que el lenguaje evolucionara para poder traspasar con más detalle toda esa información que permitiera asegurar mejor la supervivencia del grupo. Es por ello que, viaje-lenguaje o viaje-narración están estrechamente unidos desde los inicios del ser humano. No ha de extrañar, pues, que las primeras grandes historias de la humanidad fueran recuentos de viajes, como el Poema de Gilgamesh o la Odisea de Homero. Y es que quizá las mejores historias provengan del viaje, allá donde las culturas se encuentran, donde los polos opuestos pueden coincidir o sorprenderse y maravillarse de las diferencias.
«Gracias al viaje tenemos la oportunidad de ver el mundo, de conocer gente diferente y de apreciar la diversidad de nuestro planeta».
Jordi Canal-Soler
Decía San Agustín de Hipona que «el mundo es un libro, y quienes no viajan leen sólo una página». Gracias al viaje tenemos la oportunidad de ver el mundo, de conocer gente diferente y de apreciar la diversidad de nuestro planeta. Pero, además, como reporteros y generadores de contenido, podemos hacer todavía más: acercar al lector, al espectador y al oyente a ese mundo tan variado que hemos tenido el privilegio de poder conocer.
Nuestra herramienta será la narración de una historia y ésta puede hallarse en cualquier lugar, ya que cualquier destino, incluso por más cercano y nimio que pueda parecer, nos permitirá encontrar alguna historia que merezca la pena ser contada. Ahí radica la belleza del periodismo de viajes, en el don de la ubicuidad. El mundo es tan diverso, rico y grande, que podemos encontrar algo digno de contar en casi cualquier rincón.
Solo falta tener en cuenta algunas recomendaciones para conseguirlo:
- Verlo todo desde una óptica nueva, contemplando las cosas como si fuera la primera vez que las vemos, para fijarnos en aquellos detalles que quizá hayan estado ahí siempre pero totalmente desapercibidos.
- Qué mirar, puesto que no solo se trata de ver, sino saber dónde buscar y en qué fijarnos. Ahí radica la grandeza del buscador de historias: saber ver lo que todo el mundo ve pero en lo que nadie se fija.
- Contarlo con originalidad, porque incluso los lugares y escenarios más conocidos de las ciudades más trilladas pueden contener elementos sorprendentes cuando se abordan desde facetas nuevas.
- Buscar el relato de quien no ha hablado aún, para encontrar así nuevas voces que aporten primicia a la narración, otro punto de vista a la misma historia o una historia totalmente nueva.
- Aportar detalles que enriquezcan la historia, porque una buena historia además de ser buena, tiene que estar bien contada, y por ello el relato tiene que incluir detalles que trasladen al lector al destino. Lo define muy bien Morag Campbell cuando dice que «el objetivo de cualquier escritor de viajes consiste en ser capaz de recrear los olores, los sonidos, los sabores y los colores de un país de un modo tan intenso que adquieran vida y salten literalmente de la página impresa».
- Añadir escenas que nos permitan hablar del lugar. Dicen que para conocer bien un destino hay que visitar un mercado, un templo religioso, una escuela, un museo y un cementerio: cada uno de estos lugares aporta información, y experiencias, para conocer el lugar en el que viajamos y nos puede llevar a conocer nuevas historias que contar.
Pero toda gran historia necesita además otra característica especial: el poder de transformar. Escribe Claudio Magris que «el viaje es siempre un regreso a casa, la aventura del espíritu que parte para conquistar el mundo y desplegar, en esta lucha con lo múltiple y con lo desconocido, sus propias posibilidades latentes para volver, crecido y adulto, al hogar recién descubierto». El viaje de verdad, como las historias que emocionan realmente, siempre acaban transformando a quien lo realiza o a quien las escucha, por lo que una gran historia debe tener el poder de transformar, de mejorar, de mover al oyente o lector. A través de esa catarsis viajera quizá el lector acabe dándose cuenta de que, como nosotros antes que él, tiene que hacer la maleta y marcharse a conocer mundo para descubrir, a su turno, otras grandes historias…
NARRAR
Del latín narrāre. Sinónimos o afines de narrar: Relatar, contar, referir, historiar, exponer, reseñar.