Paraíso tropical en el Chocó-Colombia

Por Ruth Royero

Por medio de este escrito quiero brindarle un reconocimiento al municipio de Capurganá, territorio que pertenece al Departamento de Chocó, una región que ha vivido situaciones de violencia social, pobreza y olvido por parte de los gobernantes departamentales y nacionales.

Este viaje marcó un antes y después en mi vida. La conexión que tuve con este lugar fue inevitable: los paisajes, el verde de la naturaleza, el color azul verdoso que brotaba del mar y los destellos del sol sobre el agua que la hacían brillar como si tuviera polvo de hada. Parecía que un pintor hubiera mezclado todos los colores y los hubiera ubicado en un perfecta armonía entre la selva Colombiana, con sus árboles imponentes como los protagonistas; el verde de los pastos; y plantas distintas a las que se ven en centro del país, como  la mata de banano.

El mar, un poco bravo con una temperatura agradable,se unía a las blancas arenas y al clima caluroso, casi infernal debido a la humedad. Afortunadamente, los árboles hacían un poco llevadero el calor. Las noches estaban acompañadas de fuertes lluvias; si mal no recuerdo, todas las noches que pasé allí llovió. Sin embargo, la primera noche fue la que más me impactó:  no estaba acostumbrada a escuchar relámpagos ni la lluvía tan intensa, como si el cielo se estuviera cayendo justo encima de mi. Los truenos, que iluminaban la oscuridad con destellos, y la tormenta eléctrica se convirtieron en la arrolladora banda sonora de mis sueños.

Todo empezó con una reunión familiar. Iniciaba la temporada de vacaciones y abordamos nuestro tema favorito:  Dónde pasar nuestro descansando vacacional. No queríamos viajar a un lugar que con demasiado concurrencia turística, sino que queríamos un territorio en donde pudiéramos descansar, gozar y tener un contacto más cercano con la naturaleza.

 Después de revisar diferentes opciones, decidimos salir de vacaciones con una empresa que estaba promoviendo el eco-turismo. Entonces le pregunté a mi tía Maritza:

“tía, ¿por qué no realizamos ese viaje?”  Ella me respondió:

 “Sobrina, no sé… me parece muy lejos ¿Qué tal si no nos gusta? ¿Cómo vamos a hacer para devolvernos?”.

Tenía razón:  nunca habíamos ido a esa clase de paseos, Entonces le dije:

“Tía, tú sabes que hoy en día está muy de moda el eco-turismo, porque después de la pandemia, la gente empezó a valorar más la naturaleza, a permitirse ese espacio de disfrutar y querer ser parte de ella, respirar, pensar y renovar su ser, por medio del contacto cercano con ella”.

Fue así como mi tía, mi mamá y yo acordamos disfrutar de lo bello de la naturaleza, decidiendo viajar a un exótico lugar llamado Capurganá, en el departamento del Chocó. Este departamento cuenta con hermosas riquezas naturales. Cabe mencionar que Chocó es favorecida dos costas sobre dos océanos diferentes: La Costa del Océano Pacífico, la cual es más extensa y la Costa del mar Caribe, que es mucho más corta. En esta costa se encuentra Capurganá. Una vez acordado el lugar en dónde vacacionar, nos comunicamos con la empresa que estaba ofreciendo la salida a este lugar. El empresario nos orientó sobre la zona a conocer y nos dio las indicaciones de lo que debíamos tener en cuenta para el viaje y entonces, empezamos a empacar todo lo que necesitábamos para nuestra aventura: ropa adecuada para un clima aproximado entre 28°C y 35°C en el mes de julio, repelente porque “era una región tropical y abundaban los mosquitos”, según recomendaciones del empresario, también zapatillas para largas caminatas, zapatos para caminar en el agua, sombreros, gorras y bloqueador solar, entre otras cosas. Estábamos muy emocionadas porque era la primera vez que haríamos parte de un eco-turismo y sabíamos que íbamos a disfrutar de este nuevo lugar por conocer.

Llegó el día de la salida. El bus de turismo nos recogió en Sogamoso, lugar en donde vivo, a las 2:00 a.m. y nos llevó a la ciudad de Bogotá, de donde saldría el avión hacia Medellín. En el aeropuerto de Bogotá tomamos el desayuno y nos nos preparamos para abordar. El vuelo Bogotá- Medellín fue a las 9:00 a.m. y a las 10:30 a.m. llegamos a Medellín una ciudad extensa que cuenta con metro cable y sobresale por el comercio, el turismo, además de rendirle homenaje a los silleteros, que son personas que hacen sus comparsas cargando hermosas decoraciones en flores naturales. Allí estuvimos el resto del día, fuimos al centro comercial más cercano del hotel en donde nos hospedamos por esa noche, el nombre del hotel era “Trip-Medellín”, fue un hotel muy elegante y el servicio excelente. Pasamos la noche allá porque al siguiente día tomaríamos una avioneta que nos llevaría a Capurganá.

Tuvimos que levantarnos temprano y desayunar rápidamente para tomar el transporte que nos conduciría al aeropuerto, de donde saldría la avioneta para Capurganá. Llegamos al aeropuerto y abordamos la avioneta, que era pequeña, tenía capacidad para 20 personas, las cuales éramos quienes empezábamos nuestro eco-turismo. El viaje inició a las ocho de la mañana, todo iba muy bien, cuando el motor de la avioneta se hizo sentir con un ruido ensordecedor, todas las personas dormían y yo no podía porque ese ruido por poco me hace reventar el oído, yo me movía para todos lados. Colocaba la cabeza en diferentes posiciones, pero nada, no encontraba alivio para mis oídos, mi tía me dijo: “Sobrina, toma este algodón y haces unas bolitas pequeñas y te las colocas entre los oídos, así no sentirás tan fuerte el sonido”. Yo le dije: “Gracias tía, voy a colocarlo y te cuento cómo me siento”, pero lastimosamente, no me sirvió. Después mi mamá me dijo: “Toma este chicle, masticalo que ese te va a servir para que se te destapen los oídos”, yo dije: “Gracias mamá, espero que me funcione”, pero tampoco me hizo bien, yo creo que estaba planeado que no cerrara mis ojos porque así pude disfrutar del hermoso espectáculo desde el aire, ver toda la naturaleza con sus diferentes combinaciones de colores, acompañado del mar y la arena blanca que se ve en una postal, con la diferencia de que está incrustado entre una pequeña bahía y una densa selva húmeda tropical. El mar, con su azul profundo, tan extenso, bravío, pero también hermoso y tranquilo que parecía que acercaba sus brazos hacia mí, invitándome a envolverme en él y gozar de la pureza de sus aguas. El viaje duró cerca de una hora y al llegar el dolor de mi oído se calmó. La pista de aterrizaje era pequeña, un poco estrecha, pero el piloto con toda su maestría aterrizó la nave sin mayor dificultad.

Al fin pude salir de la avioneta y observar toda la naturaleza que había a mi alrededor, todo el dolor que sentí lo olvidé porque mi ser se llenó de alegría, mi corazón latía con mayor fuerza al poder sentir ese calor tan abrigador y la belleza de los diferentes paisajes que me estaba ofreciendo Capurganá y pensé toda esta emoción que estoy viviendo y tan sólo bajándome de la avioneta, entonces ¿qué seguirá?, toda una aventura por recorrer y muchos panoramas por conocer.

Para entrar a Capurganá tuvimos que presentar los documentos de identificación y algo que me llamó la atención fue que pesaron tanto nuestras maletas como a nosotros mismos, ¿con qué fin? Tal vez para saber si al salir tendríamos el mismo peso porque además de disfrutar de la aventura en Capurganá, disfrutaremos de la deliciosa gastronomía. Más tarde llegó el vehículo que solo llevaría las maletas hasta el hotel. De pronto, llegó el carro para subir las maletas y nosotros debíamos empezar a caminar desde la pista de las avionetas hasta el hotel. Durante el recorrido además de bellos paisajes, pude observar la pobreza en que viven sus habitantes, casas en estado de deterioro, niños descalzos jugando y caminando por las calles, su rostro reflejaba felicidad, sonreían, se hacían bromas, tal vez porque ellos no extrañan lo que no han tenido. Muchas personas estaban a la entrada de sus casas, al vernos pasar sonrieron y nos saludaron con sus manos, demostraban su hospitalidad y la alegría que les daba recibir turistas en su región. El guía turístico nos informó: ”Toda esta población vive del turismo”, por lo tanto, el ver rostros nuevos les alegraba porque tendrían una entrada económica en sus hogares y en su territorio; para explicarlo mejor, ellos viven del turismo, del dinero que nosotros le dejamos a esta población. Después de diez minutos, llegamos al hotel en donde nos íbamos a hospedar, el hotel representaba toda una aventura eco-turística, pues no era un edificio, estaba organizado por cabañas hechas con troncos de árboles – ceiba y sobre el techo había ramas secas. Cada cabaña estaba destinada para un grupo familiar. La sorpresa para todos fue muy grande porque no nos imaginábamos que el hotel fuera al estilo de la naturaleza. Antes de distribuirnos en las cabañas, las personas que trabajaban en el hotel se presentaron y se pusieron a nuestra orden y nos ofrecieron un jugo de tamarindo muy delicioso, fue brindado en el momento perfecto, pues todos estábamos sedientos por las altas temperaturas que estábamos soportando, Ese jugo fue muy refrescante, estaba bien frío y cada sorbo que yo daba despertaba mis sentidos porque tenía un sabor agridulce pero muy fresco, tan solo de recordarlo, mis papilas gustativas lo quieren saborear nuevamente.

Después de la bebida, nos registramos y nos entregaron las llaves de la cabaña.

Estábamos muy felices porque al fin podríamos descansar en nuestra habitación. Al abrir la puerta, vimos la manera en que estaba organizada, estaban las tres camas, el tendido de ellas eran del mismo color, decorada con adornos hechos en cáscara de coco, cuadros que mostraban los paisajes por explorar y disfrutar. Luego tomamos un baño, nos colocamos ropa cómoda acorde con el clima, sacamos la ropa de las maletas y la organizamos en los cajones. Después de esto, salimos a caminar alrededor de las cabañas, las cuales tenían el mismo diseño. El sendero era muy hermoso pues estaba poblado de mucha vegetación, flores de diferentes colores las cuales daban a mi vista un descanso y expresaban alegría por toda la gama y forma de las flores, además se respiraba un aire fresco y relajante.

Luego de nuestro paseo, nos llamaron a almorzar. El almuerzo estuvo delicioso, nos sirvieron un exquisito pescado con arroz con coco, plátano, yuca, ensalada y una refrescante limonada. Una vez terminamos de almorzar, nuestro guía nos invitó a dar un paseo por la población, él nos dijo:

“Esta población es pequeña y la podemos recorrer caminando, no necesitamos transporte”.

Entonces salimos. Sus calles eran pintorescas, tenía un parque en donde los niños jugaban con balones, era un parque modesto pero agradable, conocimos el puesto de salud el cual era pequeño, la capilla, el comercio, pues había muchos locales en donde podíamos encontrar comestibles, golosinas y artesanías y finalmente la playa con su arena blanca, el mar azul profundo que termina en donde empieza el paisaje verde de la selva. También caminamos hacia el Acantilado, en donde se encuentra la llamada “piscina de los dioses”, que es un pozo de agua cristalina y tranquila, rodeada de rocas que son golpeadas por el mar fuertemente. Allí se pueden observar peces de colores y diferentes especies de aves acuáticas. Este lugar lleva ese nombre porque hace referencia a la leyenda de que era el sitio preferido por los dioses para bañarse. Todos quisimos disfrutar de ese baño, entonces pasamos el resto de la tarde en el mar.

En la noche, ya en el hotel cenamos. La mesera que nos estaba atendiendo nos preguntó:

“Muchachas, ¿qué planes tienen para mañana?” y yo respondí:

 – “El guía nos llevará al sitio turístico llamado “El Cielo”. La mesera dijo:

“Yo les recomiendo que salgan temprano hacia el mirador, en el mar y observarán el amanecer, es muy bonito, no se arrepentirán”.

 Entonces yo dije:

“Muchas gracias, iremos”

Dimos las buenas noches y nos dirigimos a nuestra cabaña. Nos acostamos, pero cerca de la medianoche empezó a llover. Pensé: es una llovizna y pronto pasará. Pero no fue así, esa noche llovió muy fuerte, como el techo estaba cubierto de hojas, se oía más fuerte, además se escuchaba como si el viento gritara. Era una brisa, se escuchaban las hojas de los árboles bailando de acuerdo con el ritmo que el viento le dirigía. Quisimos llamar a nuestro guía, pero tampoco había señal telefónica. Total, tuvimos que tranquilizarnos y esperar que la lluvia cesara. Poco a Poco a poco la lluvia se fue apaciguando, las gotas ya rozaban las hojas más lentamente.

Entonces pude conciliar el sueño y me dejé llevar por el suave sonido de las gotas al caer.

Empieza a amanecer y yo llamo rápidamente a mi mamá y a mi tía, les digo:

“vamos a ver el amanecer, por favor no se demoren”.

Entonces nos alistamos y salimos. Las calles estaban solas pero iluminadas por las luces de los postes, caminábamos en el centro del parque, estábamos a dos calles para llegar al mirador, cuando de repente se fue la energía eléctrica y todo quedó a oscuras, no se veía nada, no sabíamos por dónde caminar, nos invadió el miedo, entonces encendimos la linterna del celular, alumbramos el camino y nos regresamos al hotel muy asustadas. Primera travesía frustrada, tuvimos que aplazar nuestro amanecer para el siguiente día.

Cuando fuimos a desayunar, la mesera nos preguntó: –“¿Sí salieron a ver el amanecer?”  Entonces mi mamá respondió:

“No señora, no pudimos, salimos temprano, pero se fue la energía, entonces tuvimos miedo porque todo estaba muy oscuro y nos regresamos” y ella dijo: “Aquí no pasa nada, todo es tranquilo, nadie les va a hacer daño”, nosotras sonreímos y le agradecemos por hacernos sentir bien y yo dije: “Mañana iremos temprano, gracias”.

Terminamos de desayunar y el guía nos dijo:

“Recuerden que hoy tenemos nuestra caminata a la reserva natural El Cielo, entonces no olviden aplicarse bloqueador solar, llevar gorra, zapatos para caminar en el agua y los espero en media hora en la puerta del hotel”.

Y así fue, todos estuvimos listos para iniciar nuestra primera caminata ecológica. Salimos de Capurganá y caminamos por la selva del Darién. El paisaje era muy hermoso, mucha vegetación, en momentos cuando teníamos que escalar, las ramas nos prestaban sus brazos para sostenernos y darnos alivio durante la caminata, después de pasar por esta exuberante vegetación, nos encontrábamos con riachuelos puros, transparentes, se podían ver los peces que corrían por sus aguas; se sentía la frescura, el descanso al pasar por esas aguas; aunque, debo decir que en momentos me sentía mal porque con mis pasos revolvía el agua y pensaba que estaba entrando en un territorio que no era mío y yo lo estaba invadiendo y contaminando, lo mismo sentía cuando tocaba algunas ramas durante mi paso y yo me reprochaba: “¿por qué estoy maltratando este ambiente natural? No es justo que nosotros los humanos no sepamos valorar estas reservas naturales”, por lo tanto, decidí ser más cuidadosa en las caminatas, en lo que me quedaba de aventura.

Durante este trayecto, también se veían muchos extranjeros, personas con maletas y morrales, niños, adultos y ancianos. El guía nos explicó:

“Lastimosamente, además de ser ésta una ruta ecológica, muchas personas tanto nacionales como extranjeras, toman este camino para salir del país, pasar por Panamá para luego llegar a Estados Unidos”.

Sentí tristeza por aquellas personas porque salen con una ilusión, pero nadie les asegura que conseguirán el sueño que estaban buscando.

Seguimos encontrando en nuestro camino una jungla espesa con enormes árboles nativos, en nuestros momentos de descanso bebíamos agua y por supuesto tomábamos fotografías de todos los paisajes, continuamos pasando por imponentes cascadas que nos refrescaban con sus suaves caricias húmedas en nuestra piel. De repente llegamos a una piscina natural, en medio de la selva, de la cual pudimos disfrutar tomando un baño para relajarnos y descansar de esta caminata, la cual tuvo una duración de aproximadamente dos horas. Fue la primera travesía que me llenó de alegría e ilusión porque con todo lo que había visto, no podía imaginarme qué seguiría, si yo sentía que el amor por la naturaleza estaba floreciendo en mí. Agradecí a Dios por permitirme vivir este sentimiento.

Disfruté, jugué y estuve muy feliz en mi primera eco-experiencia.

Llegamos cerca de las cinco de la tarde al hotel, quisimos quedarnos un rato caminando por el pueblo y disfrutar un poco del mar de Capurganá, luego llegamos a cenar y la mesera nos preguntó: –“¿Cómo les fue?”  Y yo respondí:

“Muy bien, muchas gracias, es hermoso el paisaje del que ustedes gozan, los felicito”.

Ella sonrió y dijo:

“No olviden salir temprano a ver el amanecer, sé que les va a gustar” y yo le respondí:

 –“Muchas gracias, mañana iremos”.

Cenamos y acordamos con mi tía y mi mamá despertarnos temprano. Para ese preciso día amaneció lloviendo muy fuerte, entonces nuevamente el plan de ver ir a ver el amanecer, había quedado pospuesto, así que pensé que la tercera sería vencida.

Ese segundo día aunque no estaba del todo feliz, porque no había visto el amanecer, y solo pensaba los días pasan y eso significa menos días acá y no me quisiera ir sin ver ese deslumbrante paisaje; cambié y me puse en modo aventurera, quería ver con que más paisajes me podía sorprender Capurganá; ese día íbamos para una playa llamada Sapzurro y como amaneció lloviendo, pensamos que ese viaje también se aplazaría, pero a la hora que quedamos de reunirnos en la puerta del hotel para salir, había dejado de llover, así que el guia nos dijo:

 –“Corramos hasta el puerto con cuidado y aprovechemos que paró la lluvia para irnos a la lancha”

Él decía todo esto mientras llamaba a la persona encargada de la barca, pero cuando estábamos en el puerto esperando la lancha, el aguacero fue aún más fuerte que el de la noche anterior, como no teníamos sombrillas ni capas para la lluvía, recuerdo muy bien que nos tocó comprar bolsas para la basura y creernos fashion styles para adaptarla, recortarla con un cuchillo y que nos quedará como una capa.  Casi 20 minutos después, la tormenta se fue calmando, la marea bajó y la lancha pudo acercarse al pequeño puerto en construcción, en el que mucha gente estaba esperando transporte, especialmente los locales, que usualmente trabajan en las otras playas cercanas. Desde Capurganá, hasta Sapzurro fueron como unos 35 minutos más en viaje en lancha y para mí se convirtió en más tiempo pues desde que tengo memoria sufrió de (boatsick) o sea me mareo muy rapido y facil en los botes o lanchas y si el olor a gasolina es fuerte, mis nauseas no se hacen esperar…

Retomemos lo importante, al bajar de la lancha debíamos pagar un impuesto por entrar a la Isla de unos 5.000 pesos colombianos, En euros, (1.10 aproximados), la verdad muy económica, para apoyar el turismo y al nativo. Esta isla en particular está en los  límites con Panamá y solo eran subir unos cuantos escalones, para ser exacta, 56 escalones separan Colombia de Panamá.

Un poco curioso ya que en las clases de geografía nos enseñaron que Colombia y Panamá estaban separados por mar, pero nunca nos habían hablado que a unas escaleras podíamos estar en Panamá, lo que se me hizo diferente es que este sendero de las escaleras permanece limpio y cuidado, porque la verdad me lo imaginé abandonado, con grietas, porque pensé que a ninguno de los dos gobiernos les interesaría tener este paso, pero me llevé una sorpresa.

Al llegar a la cima, los colombianos nos pedían pasaporte, normal, una regla para cualquier extranjero para entrar a un país. Y yo pensaba: “pobres aquellos migrantes, que van en busca del sueño americano y su única opción es pasar caminando, exponiendo la vida y en muchas ocasiones a sus seres queridos” pero como esto fue sobre el 2021, la  migración no estaba tan desbordada como en la actualidad, en solo lo que fue el 2024 pasaron más de 302.202 migrantes por el Tapón del darién (el cual habíamos caminando el día anterior y hoy habíamos conocido un poco más de esta selva tropical).

Cuando llegamos estaba otra playa, que parecía sacada de una película, el mar muy clarito, poca arena blanca, pero lo que más había era verde, árboles, palmeras y sus olas muy calmada, esta Isla era la famosa “La miel terminamos de bajar las escaleras y nos acercamos al mar, nos quitamos nuestra ropa sudada y disfrutar el agua y el sol, el agua estaba perfectamente al clima, cuando nos metimos sentimos como nuestro cuerpo nos hizo el sonido cuando pones una olla caliente con agua fría así mismo fue la sensación, el sol no estaba pegando muy duro pero el calor que llevamos internamente fue suficiente.

Después de estar disfrutando ahí debíamos devolvernos a Colombia, o sea a la otra parte de la miel donde debíamos tomar el almuerzo y seguimos la caminata, hasta llegar a la isla Cabo Tiburón, muy famosa en Colombia, ya que en el año 2005 se había grabado el reality show más importante. Terminado el almuerzo y un vaso de agua de panela fría nos dirigimos caminando a este Cabo, donde era un poco más apartado, no llegaban lanchas allí, pero las olas si eran más fuertes y venteaba más, esa brisa que hacía que el cabello nos golpeara la cara tan fuerte que parecía latigazos, la arena volaba y rozaba nuestra piel como arañazos y se podría decir que se sentía aún más humedad, como si en cualquier momento fuera a caer una tormenta, eran notorias la diferencias entre las playas que habíamos estado allí. Sobre las 4 de la tarde tomamos nuevamente la lancha a Capurgana, para evitar que se hiciera noche, pensé que de vuelta a casa veríamos un atardecer, pero no, en estas playas no se veían los atardeceres.

Al llegar hicimos la misma rutina del día anterior, bañarnos, ir a cenar y volver a poner sobre la mesa “ver el amanecer de mañana” pusimos nuestras alarmas y comenzó nuestra música para dormir, o sea la lluvia.

Al día siguiente, sobre las 5 AM despertamos y salimos rápido a ver el amanecer, no miento si digo que corrimos, aparte aún era oscuro y las calles estaban solas, a pesar de que la mesera nos había dicho que el pueblo era seguro. Llevábamos en el mirador cerca de media hora cuando pudimos apreciar cómo el sol empezaba a asomarse, nacía del mar con un color rojizo, pero a medida que pasaban los minutos ese amanecer tomaba el color rosado, un rosa que se iba esfumando, para dejar un cielo totalmente despejado. No tengo las palabras suficientes para describir esa hermosa sensación, ver los diferentes colores del cielo, mientras despertaba mis sentimientos a flor de piel, nunca había visto un amanecer tan mágico y tan irreal, le dije a mi mamá:

“Colombia es mágica, tiene muchos lugares ocultos con pasajes inexplicables, parecen sacados de cuentos”.

 Y también observaba que el resto de personas estaban impresionadas, apreciando tan celestial espectáculo. Y no podían faltar las fotografías y videos del mejor amanecer que he visto en mi vida; aunque este viaje fue hace unos 4 años, no he visto un amanecer tan hermoso como ese. Si Capurganá me tenía sorprendida ahora me tenía enamorada. Regresamos muy felices al hotel y le contamos a todo el grupo con el que viajamos, invitándolos para que al día siguiente fueran a verlo y solo quedaba el día siguiente.

Ese día nos quedaban visitar las últimas 2 playas aguacate y soledad, alistamos nuestras cosas y salimos, ese día había mucho sol, ese sol que quema y nos esperaba un viaje de casi 50 minutos en lancha con calor, sudando, apenas la brisa del mar y golpeaba nuestro cuerpo dándonos toques de frescura y ahí estaba yo, sufriendo con cada movimiento de las olas y la barca, pero justo ese día el que manejaba la lancha decidió poner música y fue lo mejor que pudo hacer, automáticamente mi mente se distrajo y se concentró en la música, lo cual hizo que disfrutara mucho el viaje, pues tenía la combinación perfecta, sol, calor, brisa, agua del mar y música, fueron cuestiones de segundo que cambie mi estado de ánimo y se me olvidó que padecía de mareos.

A lo lejos se podía ver el cambio de color del mar, por un agua más clara, pero hacia las profundidades era un color turquesa, simplemente inolvidable, ya al bajase de la barca el mar estaba frio y un poco más tranquilo que lo que llegabas a sentir durante el viaje. En esta playa fuimos a descansar, no había senderismo, entonces era hora de relajarnos en el agua, dejarnos mecer por las olas, o sumergirnos cuando viniera una grande y así pasó parte de la mañana y del medio día, hasta que llegó la hora de reunirnos todos los de la excursión, para tomar el almuerzo juntos y volver a tomar la lancha para salir a playa soledad, donde allí nos esperaba un caminata entre los árboles de manglares, que guardaban más humedad que la que había en el lugar y allí habitan parte de fauna como: iguanas, loros, ardillas mapaches y murciélagos, si una combinación de hábitat natural un poco extraña; pero atravesando los manglares ya dentro de la isla había un hotel resort, con decoración muy glamurosa, pero recreada al ambiente isleño, habitaciones de lujos, restaurante gourmet, un contraste significativo entre los lujos, ecoturismo y la vida del local.

En este lugar nos quedamos otras horas apreciando los animales, el hotel y la playa, ya de regreso a a la lancha fue todo fue muy tranquilo y sereno, yo iba apreciando las montañas que rodeaban las playa los colores la cantidad de vegetación, como si mis ojos tomaran fotos de estos paisajes y yo solo miraba, sonriendo, estaba contemplando el momento, dejándome llevar por el sentir, pues prácticamente era la última tarde allí.

 Al llegar al puerto fuimos caminando al comercio en búsqueda de los souvenirs que íbamos a regalar y llevar de recuerdo. Este comercio parecía una feria, el piso era de madera, los techos eran de lona, los separadores de palos de balso había mucha bulla, todo el mundo gritaba para que les compraran, estas personas llevaban todo el día trabajando en vender y ya se acercaba el fin de la jornada, era lógico que estuvieran ansiosos de vender lo último, para poderse ir a sus casas a descansar del día a día; en cada local, había una música diferente, y lo que más se veía eran dulces, especialmente de banano y en esta zona del país los habitantes aparte del turismo y la pesca, viven de la venta de plátano y la elaboración de dulces típicos.

Compramos varios dulces y regresamos al hotel a la rutina de la noche, tomar una ducha, comer e ir a dormir y le pregunté a mi mamá y mi tía:

“¿y si madrugamos mañana también para ver el último amanecer?” ellas aceptaron y es que quien no quisiera repetir ese espectáculo natural.

Al día siguiente, con la misma expectativa, nos levantamos a ver el amanecer. Madrugamos, como el día anterior, y salimos, esta vez caminando, sin afanes ni preocupaciones. Si mal no recuerdo, íbamos riéndonos. No decidimos ir al mirador, esta vez fuimos al puerto; pensamos que habría más gente y más espacio para contemplar el amanecer. Y así fue.

Ese día el sol se demoró un poco en salir. Nos sentamos, y poco a poco comenzó  a llegar gente; incluso los compañeros del grupo llegaron un poco más tarde. Sobre las 5:45 AM, el sol empezó a asomarse, pero esta vez no tenía el color rojo ni rosado del día anterior, sino un amarillo claro, rodeado de nubles blancas, como si hubieran sido trazadas con una tiza y difumunadas con el dedo. Era diferente, pero con el mismo encanto.

 De ahí salimos al hotel a recoger nuestro equipaje para tomar la avioneta de regreso a Medellín. Pusimos las maletas en el carro y caminamos hacia la pista. Ya sentía la nostalgia; era como si no me quisiera ir, como si hubiera vivido allí en otra vida, en esos días que estuve fui muy feliz, pero me asombraba la profunda conexión que había sentido con el lugar, como si desde que les propuse a mi mamá y mi tía este viaje, el destino hubiera  decidido que yo debía estar allí.

Aquí quiero citar a Nicolas Bouvier, porque mi viaje no tuvo muchos motivos, aparte de conocer sobre el ecoturismo, pero fue Capurganá quien hizo el viaje en mi. Los sentimientos que viví allí reafirmaron que me gustan los viajes, descubrir, experimentar sensaciones nuevas, probar lo desconocido y arriesgarme.

 “Un viaje no necesita motivos. Pronto demuestra que tiene sentido por sí mismo. Tú piensas que vas a hacer un viaje, pero muy pronto  es el viaje quien te hace a ti o quien te deshace”Nicolas Bouvier, Los Caminos del Mundo (Ginebra 1963), p.10.

Durante estos años he realizado más viajes, pero ninguno se ha comparado con este. A quién puedo, le recomiendo este destino, y anhelo de todo corazón volver pronto a Capurganá, donde viví, soñé, conecté y disfruté.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes de la School of Travel Journalism.

Por alumni

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *