Por Silvia Gago.
Hay objetos que no solo se cargan en la mano, sino también en el alma, y el poporo es uno de ellos. Lo descubrí en mi paso por la Sierra Nevada de Santa Marta, esa pequeña calabaza que los hombres arhuacos portan como extensión de su identidad.
Al observarlo por primera vez, no entendí su complejidad, y siendo honesta, mis primeras ideas ni si quiera se acercaban a lo que comprendería más tarde y que con tanto cariño mi amigo Dugunawin me enseñó.
El poporo no se compra, sino que se recibe como un rito de paso. A partir de los 18 años, los hombres arhuacos lo llevan consigo como símbolo de madurez espiritual y compromiso con su comunidad. El interior del recipiente se llena con cal extraída de conchas marinas pulverizadas, y se acompaña del ayu, las hojas de coca sagradas que los hombres mastican y en ocasiones se intercambian a modo de saludo.

La cal se saca del poporo con el palito o sukalde, para ponerla de a poquitos en la boca, donde se está mascando el ayu y luego la saliva se lleva al borde de la calabaza, dejando una costra blanca que crece con los años, simbolizando sabiduría y memoria. A través del acto de mambear, como lo llaman ellos, los hombres reflexionan, meditan y piensan. Es un diálogo con la Tierra, sus ancestros y la naturaleza, procurando siempre guardar sus pensamientos bonitos en el poporo.
Mambear no es un acto mecánico ni rutinario, es un ejercicio de contemplación y una práctica ancestral para abrazar la vida en común. Los mamos, líderes y guías espirituales de la comunidad, enseñan que el poporo es también una herramienta de responsabilidad, si en él se guarda lo que uno piensa, es vital que esos pensamientos sean justos, serenos y buenos para el mundo.
Entender el poporo es entender cómo los arhuacos perciben el mundo. La Sierra Nevada no es solo su hogar, es El Corazón del Mundo, el lugar donde todo nace y se equilibra. Ellos viven para cuidar ese equilibrio, no solo en lo ambiental, sino también en lo moral.
Las hojas de coca no se consumen como un estimulante ni como un producto comercializado, son una ofrenda de diálogo. La planta se considera sabia, mágica y guía de las comunidades naturales. Cuando se mastica el ayu, se está orando, conversando con la naturaleza. Es su forma de devolver al mundo en forma de energía de pensamiento los servicios de los bienes naturales que les proporciona. A esto se le conoce como «pagamento» o «tributo».
Cada capa de cal acumulada es una página de la historia personal de quien lo porta. Algunos hombres mayores tienen poporos con décadas de pensamientos solidificados, verdaderos testigos de su tránsito por la vida.
Considero que el poporo es la prueba de que los objetos pueden ser palabras. Una calabaza puede narrar la historia de una montaña sagrada, de un pueblo resiliente, de una filosofía que no busca dominar la naturaleza, sino cuidarla desde el pensamiento. Y esa, creo, es una historia que vale la pena contar.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.