Por Ismael Acosta.
Una isla con dos caras, donde el verde de los bosques del Norte, se mezclan en perfecta armonía con las coladas de lava del sur. El Hierro puede presumir de haber pasado de largo por el turismo de masas que otras partes del mundo intentan frenar. La poca conexión aérea y marítima y la escasa oferta de camas hoteleros han hecho de la isla un lugar único y aislado que permite al viajero saborear y disfrutar de algo necesario para el ser humano: el silencio.
El ruido de los coches se sustituye por kilómetros de senderos en plena naturaleza que atraviesan bosques únicos en el mundo como La Llanía. Una parada obligatoria para los amantes de la naturaleza y la botánica. Este bosque de Laurisilva, permanece envuelto en niebla buena parte del año.

Caminar por sus senderos da la sensación de formar parte de un cuento de hadas. El verde es el color predominante en esta zona siendo el musgo, los helechos y los líquenes incrustados en las piedras los reyes del lugar, siempre protegidos bajo la sombra de Tilos y Brezales centenarios.
No solo de verde vive esta zona. La aparición, sin previo aviso, de un cráter volcánico hace que cambiemos de espectáculo en apenas unos segundos. Otra vez, el silencio, cobra protagonismo, en ocasiones roto por el sobrevuelo de las aves. Este contraste se debe a que la altura del bosque no permite a los alisios llegar más allá, dejando a toda esta zona desprovista de vegetación.

Apenas 30 km en coche separan La Llanía de La Restinga. Mundialmente conocida por los amantes del buceo, en esta zona, la tierra se vuelve negra, testimonio vivo de erupciones volcánicas recientes. Fue aquí cuando en el año 2011, el volcán submarino Tagoro, destruyó toda forma de vida submarina para luego volver a resurgir con más fuerza. Gracias a esto, son muchas las personas que disfrutan de la biodiversidad del lugar donde pueden mimetizarse entre meros, rayas y tiburones ángel.
Las coladas de lava de La Restinga nos enseñan de dónde venimos y que, debajo de nuestros pies hay una fuerza indestructible llena de vida que, primero destruye y luego nos regala una explosión de vida. Caminar sobre ellas hace que el canario forme parte de su identidad, de su cultura porque no podemos olvidar que la lava forma parte de nuestro ADN.


El Faro de Orchilla fue durante siglos el fin del mundo conocido. Antes que Greenwich tomara su lugar, el Meridiano Cero pasaba por aquí. Ver una puesta de sol desde este lugar puede considerarse una experiencia única. Asentado en un paisaje lugar de lava solidificada, El Faro era lo último que veían los habitantes de la isla cuando emigraban a América y la primero que veían cuando regresaban. Es considerado el punto de tristeza y alegría de los emigrantes herreños.
La Cruz de los Navegantes, a escasos metros del Faro, bendecía y protegía a todos los herreños que cruzaban el Atlántico y simboliza el papel que cumplió El Hierro como última tierra cristiana en la época de los descubrimientos del siglo XVI.


Para terminar el viaje, llegamos al punto más salvaje de la isla: la playa del Verodal. Uno de los lugares más aislados y poco conocidos de la isla. El aislamiento y un acceso “complicado” lo convierten en un lugar poco visitado. No es una playa en la que se pueda nadar sin tomar precauciones, ya su situación geográfica, la convierte en una zona de mucha corriente, pero si se puede pasar sobre la arena roja o simplemente sentarse a contemplar como las olas rompen contra los acantilados.

Llegar hasta El Sabinar es otra experiencia en si misma. Muy cerca del Santuario de la Virgen de Los Reyes, patrona de la isla, la carretera de acceso se retuerce por todos los lados, lleno de pasto por ambos lados, donde las cabras y las ovejas son las reinas del lugar. La cobertura brilla por su ausencia. De ahí que, en esta zona, el sonido de la naturaleza es el ruido predominante.
Los sabinares aparecen al fondo. Este árbol, único en su especie, no crece en vertical. Los vientos alisios predominantes en la zona, han moldeado a su antojo a este árbol. De ahí que la sabina crezca torcida. La Sabina se adapta, algo que los herreños ven reflejados en sí mismos.
El Hierro no hace ruido, pasa de largo. Solo aquel que sabe mirar se acerca a verla de cerca. No huele a nada, pero tiene un olor especial. La isla te habla, solo hay que aprender a escuchar lo que dice, por eso mismo, el habla es un sentido que se pierde en el camino porque solo afinando la vista y el oído sabrás entenderás el significado de cada palabra.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.