El alma intacta de Katmandú

Por Nancy Pedraza.

Tres años después del devastador terremoto del 25 de abril de 2015, Katmandú sigue mostrando sus heridas. Más de 9.000 personas murieron y cientos de miles de edificios históricos quedaron reducidos a escombros.

Nepal, profundamente arraigado en una espiritualidad milenaria, eligió seguir.

Las plazas de Durbar Square en Katmandú, Patan y Bhaktapur se convierten en escenarios donde conviven la ruina y la fe.

Entre el polvo que lo cubre todo, la vida continúa. Las telas de los monjes budistas y las mujeres hindúes parecen inmunes a la destrucción: ondean con una intensidad casi sagrada, como si llevaran consigo una memoria intacta.

Los colores resaltan, no a pesar del polvo, sino gracias a él. Porque el polvo aquí no ensucia: revela.

La religión, visible en cada gesto y especialmente en la presencia imponente de los sadhus, con sus cuerpos cubiertos de ceniza, túnicas color azafrán y rostros pintados como altares vivientes.

La reconstrucción no es solo física. Es espiritual. La fe en Shiva, Vishnu, Buda, y en decenas de otras deidades tutelares, ofrece a la gente un lugar interior de calma.

Y están los rostros. Especialmente los de los mayores. Hombres y mujeres cuyas miradas no esquivan la cámara, pero tampoco la buscan. Están presentes, sí, pero en otro plano. No hay prisa. No hay ansiedad. Solo un habitar el momento, con una serenidad que desarma.

Katmandú no ha vuelto a ser lo que fue. Pero tampoco quiere serlo. Porque entre sus ruinas se levanta una fuerza tranquila que no se puede explicar, solo sentir.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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