Por Ana Oubiña

Para quien observa Japón desde fuera, sus dulces pueden parecer simplemente curiosos: colores suaves, formas minimalistas y nombres difíciles de pronunciar. Pero detrás de cada dulce tradicional japonés hay una función, un significado y una relación directa con la vida cotidiana. Aunque muchos de estos productos se han hecho populares fuera del país gracias al anime y al cine, lo que no siempre se percibe desde fuera es su papel cultural.

Los wagashi —nombre general para los dulces tradicionales japoneses— no buscan impresionar por su dulzura. Su sabor es sutil, a menudo menos dulce que los postres occidentales, porque están pensados para acompañar el té verde, que es amargo. Además, estos dulces cumplen funciones simbólicas o sociales concretas: algunos se ofrecen como señal de respeto, otros se consumen en eventos estacionales, y otros simplemente representan la vida diaria japonesa.

Uno de los más conocidos internacionalmente es el mochi, un pastel de arroz glutinoso que aparece constantemente en series animadas japonesas. En Japón, el mochi está relacionado con el Año Nuevo y los deseos de buena suerte. Se prepara con arroz cocido machacado hasta formar una pasta elástica, y puede comerse relleno (con pasta de judía roja, por ejemplo) o solo. Más que un postre, el mochi es un alimento ritual que simboliza longevidad y unión familiar. En muchas escenas de anime aparece en celebraciones, ofrendas o momentos de reunión.

El dango, otro dulce muy común, consiste en bolitas de arroz ensartadas en un palillo, que a veces se asan y se cubren con una salsa dulce de soja. Su importancia no está en su sabor, sino en su conexión con las estaciones. Hay dango de primavera (rosados y verdes), de verano, de otoño… Su consumo suele coincidir con festivales y celebraciones tradicionales. Su presencia en películas o
dibujos animados indica que el personaje está participando en un evento típico o disfrutando de una estación concreta del año.

El dorayaki, un bollo redondo relleno de pasta dulce de judía roja, es quizá uno de los más conocidos fuera de Japón gracias al personaje Doraemon. Es un dulce simple, muy común, que representa lo cotidiano. Se puede comprar en cualquier tienda de barrio y suele formar parte de las meriendas escolares. Su presencia en medios japoneses sugiere normalidad, infancia o descanso.

El taiyaki, con forma de pez dorado, se vende sobre todo en la calle, en festivales o ferias. La forma del pez no es solo decorativa: el “tai” (besugo) es símbolo de buena suerte. Así, comer taiyaki tiene un valor simbólico relacionado con la celebración y el optimismo. Cuando un personaje de anime aparece comiéndolo, generalmente se está dando un capricho o celebrando algo.

También destacan dulces como el manju, un pequeño bollo relleno, que se sirve muchas veces como acompañamiento del té. Tiene una función social clara: se ofrece cuando alguien te visita, o como forma de mostrar respeto. Otro dulce más formal es el yokan, una especie de gelatina densa de pasta dulce y agar (gelatina vegetal), que se corta en porciones perfectas y suele servirse en momentos ceremoniales o como regalo.

En los meses calurosos, aparecen otros tipos de dulces como el warabi mochi o el kuzumochi, de textura gelatinosa y efecto refrescante. Se sirven fríos, con harina de soja por encima, y representan la adaptación de la gastronomía al clima. No están pensados para destacar en sabor, sino para cumplir una función práctica y visual: aligerar el cuerpo y armonizar con el entorno.

Más allá de sus ingredientes o técnicas de elaboración, estos dulces tienen un papel funcional dentro de la cultura japonesa. Están conectados al calendario, a los rituales de hospitalidad, a la vida escolar y familiar. Y por eso aparecen con frecuencia en películas del Studio Ghibli o en series de animación: son elementos reconocibles, que comunican situaciones específicas sin necesidad de explicarlas.

Comprender qué representa cada uno de estos dulces permite leer mejor las imágenes de la cultura popular japonesa. Ver a un personaje comiendo mochi no es lo mismo que verlo comiendo taiyaki. Uno está celebrando una tradición familiar, el otro quizás acaba de salir del trabajo o está en un festival de verano. En este sentido, los dulces japoneses son una herramienta narrativa, además de un producto alimenticio.

En resumen, los wagashi no se entienden solo por sus sabores o por sus formas llamativas. Cada uno tiene una función dentro de la cultura: marcan el paso del tiempo, las relaciones entre personas o el tipo de momento que se está viviendo. Conocerlos es una forma práctica y directa de acercarse a la vida japonesa sin caer en estereotipos ni exotismos.

 Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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