Favela Rocinha: esperanza y desigualdad

BERTA CARRERAS

Verde, casas de ladrillos, colores tierra, calles arriba y abajo, subidas, bajadas, árboles frondosos y mil ramas que se enrollan entre sí, demasiados cables eléctricos enganchados a un solo poste que parece que va a estallar de tanta carga eléctrica que recibe. El Uber nos lleva a Bea, Chiara y a mi desde el aeropuerto de Guarulhos hasta una casa perdida entre las laberínticas curvas del barrio de Vila Madalena de São Paulo, la ciudad más grande de Brasil y de América Latina. Nos deja delante de una puerta metálica que por sus pequeñas dimensiones parece la casa de los siete enanitos. Los barrotes de la puerta quedan camuflados por un mar de pulseras de la suerte de todos los colores con el lema: Lembrança do Senhor do Bonfim da Bahia. Rosa, amarillo, verde, azul, naranja, rojo y blanco cubren la puerta de la entrada con esa curiosa frase que no logro entender, pero que atrae las buenas vibraciones y mantiene el mal alejado.


São Paulo es la cuarta ciudad más grande y poblada de todo el mundo, un gigante de mil brazos y piernas que se extiende en el sudeste de Brasil y que aloja a 22,6 millones de personas, lo que equivale a más de 7 veces la población de Madrid. Tras pasar unos días de visita por esta grandiosa urbe, nos aventuramos a alquilar un coche y mientras estamos atascadas entre el caos de la autopista Marginal Pinheiros veo desde la ventanilla una de las favelas más grandes del mundo: Paraisópolis. Este irónico nombre es el lugar donde viven más de 100.000 personas entre chabolas y barracas. La frontera entre la pobreza y el lujo son unos edificios fastuosos a los que no les falta ni piscinas ni pistas de tenis. No todo es fútbol, samba, sol y playa en Brasil, también es desigualdad y las favelas son el claro ejemplo.


Ponemos rumbo hacia Ubatuba en Parati y disfrutamos de la vegetación de la mata atlántica donde el verde frondoso y radiante es el protagonista durante todo el recorrido. Vivimos en una cabaña de madera en medio de la selva durante unos días en los que el despertador es un gallo de canto afónico, nuestra mascota una araña peluda y una escolopendra. Vamos a Ilha Grande, el paraíso de los amantes de las chanclas havaianas y los pareos. Y mientras volvemos en una
lancha con las escamas de la sal en la piel después de pasar el día tocando la guitarra en la Lagoa Verde, volvemos a Angra dos Reis desde donde nos vamos a Río de Janeiro.

Cables eléctricos «epaguetis» de la calle principal de Rocinha. – Fotografía de Berta Carreras


Leo la notificación en mi móvil, mensaje de Pablo Vinicius: Nos encontramos na Praça Ailton Rosa na Rocinha às 11h30. Nos reciben unos motoristas para subirnos hasta la cima de la favela más grande de Río de Janeiro, Rocinha. Pasamos la frontera de la entrada a la favela gracias a la bendición de Pablo Vinicius, pero aun así nuestros rostros captan la atención de todos aquellos con quien nos cruzamos. Sus miradas albergan duras historias. Nuestro pasaporte de entrada y salida de la comunidade es Pablo Vinicius un chico alto y joven, su camiseta imperio blanca destaca entre sus musculosos brazos y piel mulata. Su nariz ancha, ojos achinados y moño de pelo rizado son los requisitos perfectos que cumplen con las facciones brasileñas. Su bienvenida transmite una ilusión tremenda por enseñarnos su día a día dentro de su barrio en el que ha vivido y crecido toda su vida.

Para mí es un gran orgullo ser un chico de favela, he nacido y crecido dentro de esta comunidad, por ello siento que tengo el compromiso de que la gente joven de Rocinha tenga nuevas y mejores oportunidades.
Nuestras miradas y lenguaje corporal hace que Pablo nos diga que —ahora mismo estáis más seguras aquí que en cualquier otro lugar de Brasil, incluso es más peligroso pasear por Ipanema o Copacabana que estar en esta favela, aquí dentro los turistas sois “intocables”.
—¿Por qué aquí no nos pueden robar?
—Fácil, quién roba lo matan.
— ¿En serio?
—Por intereses económicos, los turistas sois bienvenidos con alfombra roja si tenéis el permiso de alguien de dentro de la comunidad porque ayudáis a los guías turísticos, a los comercios locales o bares con el dinero que gastáis. Si los turistas dejarais de venir, esta favela sería mucho más peligrosa de lo que es ahora.
—Entonces, ¿podemos sacar nuestros móviles y cámaras con seguridad?
— Sin problema, basta que dejéis de hacer fotos en algunos puntos específicos cuando yo os lo indique.

Me pregunto dentro de mi cabeza, ¿cuál será la razón por la que no quiere que tomemos fotos en algunos puntos del recorrido por la favela?


“En las favelas, el Estado es débil y la vida es fuerte”, dice Paulo Lins el autor de Cidade de Deus, que advierte que quien nace en una favela ya tiene incorporado en su ADN una piel dura y resistente capaz de salir adelante pase lo que pase. Pablo dice que ser MC de funky brasileño, jugador de fútbol o narcotraficante del Comando Vermelho, no son las únicas salidas hacia la libertad para aquellos que nacen aquí. Él mismo es un buen ejemplo de que todo radica en el
poder de las decisiones que uno escoge. Tiene su perfil en Tripadvisor para hacer de guía en Rocinha, que es una de sus grandes fuentes económicas. Es actor y ha interpretado papeles como personaje de bandas de narcotraficantes en diversas películas. También es coordinador de una fundación de niños con pocos recursos y discapacidades, y participa en la escuela de capoeira que ayuda a los niños de Rocinha a iniciarse en esta típica arte marcial, danza acrobática y expresión corporal afro-brasileña. Además, tiene un don para cantar y tocar el birimbao, un arco musical con una caja de resonancia. Lo hace sonar todos los días cuando cae un atardecer anaranjado sobre las laberínticas y caóticas calles de Rocinha que se contraponen con los lujosos edificios de primera línea de mar que denotan la gran desigualdad de condiciones y oportunidades que se vive en Brasil. El ascensor social es inexistente.


En las favelas las casas están construidas con ladrillos, materiales robados o rescatados. Algunas desafían el terreno en pendiente y se aguantan encima de piedras o rocas esperando a que no se derrumbe. Algunas de las escaleras más precarias están hechas con sacos de tierra. El suministro de agua proviene de la lluvia y se recoge dentro de unos bidones azules que se encuentran en el tejado de todas las casas. No hay buenos sistemas para el alcantarillado, con lo cual puede ser recurrente que la gente enferme a causa de la mala higiene o por beber agua contaminada. Las calles interiores no tienen nombre ni números, son túneles oscuros en los que es muy fácil perderse, por ello no existe el sistema “a domicilio”. Hay buzones públicos repartidos cerca de la Iglesia de Rocinha uno para cada bloque de casas, las de la izquierda y las de la derecha, y cada sector tiene un buzón comunitario en los que se dejan las cartas o los pedidos online. Las favelas de Rocinha y Vidigal tienen como compañero uno de los barrios más exclusivos y lujosos de Río de Janeiro: Gávea. Desde la cima de Rocinha se puede ver uno de los colegios elitistas de este barrio en el que los padres pagan una cuota desproporcionada a cambio de tener seguridad y tener los cristales blindados. Mirar desde la montaña hacia al lado izquierdo y luego al derecho es la definición de país desigual, la brecha es vertiginosa.

Desigualdad social y económica entre la favela de Rocinha y los edificios lujosos con pista de fútbol y piscina. -Fotografía de Berta Carreras

Todas las favelas de Brasil son un vacío legal inexistente para el gobierno. Para Bolsonaro o Lula da Silva los habitantes de la favela han sido y son un cristal translúcido a los que se les niega tender la mano. Quien nace pobre, muere pobre. Las casas que se deshacen entre las laberínticas calles, el olor de las montañas de basura en cualquier rincón, la humedad de las tuberías atascadas, la luz robada o los bidones en cada tejado que recogen el agua de la lluvia es la realidad de quienes viven en esta comunidad. La compra de una vivienda en una favela cuesta 20.000 euros aproximadamente, pero aun así, muchos no se lo pueden permitir, por lo tanto, ver gente que vive por las calles de las grandes ciudades brasileñas como perros abandonados es más que frecuente.


Bajamos por Estrada Da Gávea, la calle principal de Rocinha y que coincide con el nombre del barrio lujoso que está al otro lado de la montaña, pero nada tiene que ver el uno con el otro. Nos adentramos entre las laberínticas calles de pronunciadas subidas y bajadas. Los escalones de azulejos de tierra rojiza bailan a casi cada paso y esquivar el nudo de cables, llamados espaguetis, que roban la electricidad es todo un reto teniendo en cuenta que estamos en pendiente. Subo la mirada y veo unos zapatos atados al cable eléctrico con un nudo, signo de que esta pequeña plaza es un punto estratégico para quienes buscan comprar y vender droga. Muchas de las paredes de Rocinha dejan claro quién está al mando: Comando Vermelho. —Por suerte no tienen competencia, de lo contrario, oír tiros o encontrar muertos por la calle sería el día a día de los habitantes de esta comunidad. Ahora mismo, vivir en Rocinha es seguro y tranquilo. Os pido que dejéis de grabar o hacer fotos en este tramo de calle, si no podríamos tener serios problemas — nos advierte Pablo con seriedad.


Entramos de nuevo en el laberinto oscuro que albergan las calles de Rocinha y encontramos los reyes de la favela con su gran parada de droga entre una de las calles. Los fardos de cocaína blanca están distribuidos a lo largo de la mesa para ser pesados mientras dos orangutanes con metralleta vigilan que todo esté bajo control. Mientras tanto, una madre con su hija pequeña salen de casa para descolgar la ropa que tienen secando, unos hombres mayores ríen y juegan al
dominó en las escaleras de su casa, una puerta entreabierta deja ver el salón de una casa y oímos una televisión cuyo único espectador es un gato que duerme en el sofá. Pesar los fardos de coca, descolgar la ropa, jugar al dominó o vivir de negocios locales como ferreterías, fruterías, tiendas de ropa o peluquerías son diversas opciones, pero para muchos, como dice Paulo Lins “en la ciudad de los dioses, el infierno es el camino más corto hacia la libertad”.

Llegamos por donde empezamos, en la plaza de la entrada de Rocinha y nos despedimos de Pablo en medio del caos del mercado. Nos atrapa el olor de la carne de los puestos ambulantes que sirven feijoada, el ruido de coches y motos es un constante y nos quedamos mareadas entre tantas camisetas de color verde y amarillo que lucen con orgullo las 5 estrellas. Se nota en el aire que falta poco para que empiece el Mundial de Fútbol del 2022, se respira esperanza y parece
que Pelé tiene ganas de salir de su tumba para conseguir la sexta estrella.

En las casas más altas de las favelas son donde normalmente viven los capos de la droga, por si viene la policía tengan tiempo de escapar. – Fotografía de Berta Carreras

Pienso en todo lo que hemos visto y lo que nos ha contado Pablo, mi perspectiva de la vida dentro de una favela ha cambiado después de haber estado ahí durante unas horas. Por la mañana, mientras nos acercábamos a Rocinha para hacer este tour parecía que estábamos yendo a hacer puenting sin cuerda, pero ha resultado ser un sitio seguro en el que la mayoría de la gente humilde trabaja en negocios locales para ganarse la vida, aunque algunos se dedican al narcotráfico. Las favelas no son todo violencia como teníamos estereotipado en nuestra mente, también hay gente de bien que se dedica a ayudar a los demás como Pablo con su fundación y es un caldo de cultivo para muchas disciplinas artísticas. Nos giramos para saludar una última vez a Pablo, lo vemos que desaparece entre el ruido de la gente en el mercado abarrotado y el humo de la feijoada. Sé que pronto lo vamos a volver a ver.


En Rocinha cada viernes se celebra una fiesta. Los eventos de esta favela tienen nombres de ciudad, en la de París intuyo que los solteros irán en busca del amor, mientras que en la de Moscú deben ocurrir cosas dignas del calibre psicópata de Putin. A partir del viernes en Rocinha solo se oye el retumbo del funk carioca, una mezcla de la influencia del funk estadunidense que nació en Florida en los ochenta junto con los carismáticos sonidos brasileños. La música de favela es una
explosión de dinamita ante el que ninguno puede quedarse pasmado sin moverse, incluso las dos montañas que encierran Rocinha en una jaula de rocas y verde, la Pedra Dois Hermãos y el morro Cochrane, bailan cada noche acompañando los más de 200.000 habitantes de la comunidad. Subimos a las mototaxis, de noche la favela cambia, la gente humilde y trabajadora ya no se encuentra vendiendo cualquier cosa en sus puestos callejeros. Las regaderas, escaleras o macetas ya no cuelgan de las tiendas. El ajetreo sigue, pero el enjambre de cables eléctricos que tapa como un toldo las calles ya no es tan evidente, igual que las montañas de basura por la calle. El negro cubre la precariedad en todos los rincones. Pasamos varios bares musicales en los que resuena los sonidos cariocas a todo volumen y con el viento en la cara miro hacia arriba y veo todas las casas encima de la montaña. Parece que todo el mundo se está arreglando para ir a la
fiesta, incluso el Cristo Redentor, que pasmado desde ahí arriba mira todas las desgracias que pasan en su ciudad sin hacer nada.


Las calles quedan iluminadas por las motos que suben y bajan a toda velocidad y las farolas de la calle principal. Los locales de bares de copas están todos llenos de gente con una caipirinha o caipiroska en mano. Bajamos de la moto en el bar dónde nos esperan los amigos de Pablo. Nos presenta a Henrique, su mejor amigo y licenciado como profesor de matemáticas de niños entre 6 y 9 años. Debe ser de los pocos habitantes de Rocinha que ha podido cursar unos estudios superiores, y mientras bailamos con ellos por la calle acompañados de la música funky que es el himno nacional de las comunidades, aprovecho para charlar con él. Me acerco para hablarle gracias al curso de portugués A1 que aprendí en la universidad de Barcelona con el que me pienso que me va a entender a la perfección.

Henrique, ¿normalmente los chicos jóvenes de las favelas pueden estudiar como has hecho tú?
—Ahora es un poco más fácil que antes.
—¿Por qué lo dices?
—El gobierno ha anunciado una ayuda económica como incentivo para aquellos estudiantes que completen cada año de secundaria, además de un bono para los jóvenes que se gradúen y terminen sus estudios.
Aproximadamente, en total, cada estudiante recibe alrededor de 9 mil reales.

—¿Y para ir a la universidad es fácil?
—En las universidades públicas también existen diversas ayudas y becas. Sigue siendo un bache difícil poder cursar en la universidad para alguien nacido en una favela, pero también puede darse la ocasión de vez en cuando.

Dejamos a los demás bailando y nos sentamos al bordillo de la acera en la calle, así a lo mejor me puedo concentrar un poco más para entenderle. Esto de hablar portugués y entenderlo no es tan fácil como me pensaba.


—¿Tú hablas más bien una especie de portugués inventado, no?
—La verdad es que me invento la mitad de las palabras, hablo más bien “portuñol”.

Los dos nos reímos. Me cae bien este chico, y siento que puedo preguntarle todas las dudas que me quedan.
—¿Cuál es la salida más fácil para un joven de favela?
—Trabajar es la salida más fácil, en Rocinha la gran mayoría trabajan en lugares comunes con salarios bajos, en tiendas o restaurantes.
—¿Y el narcotráfico?
—Los estudios no son un camino fácil, pero tampoco lo es el narcotráfico. Entre las 200.000 personas de Rocinha el 1% son narcotraficantes. No es tan fácil entrar y ni seguir este camino.

Me alejo mentalmente de esta conversación y recuerdo lo que vimos esta mañana, tenía la sensación de que eso que decía quizás no era del todo cierto.


—Pero por la mañana vimos una escena relacionada con el narcotráfico.
—Claro, no hay que olvidar que quien manda aquí son ellos, aunque sean pocos.
—Por pocos que sean las drogas y la violencia están presentes, ¿cómo afecta eso a los habitantes de Rocinha?
—En cierto modo la violencia acaba quedando bajo control porque los castigos por los delitos en general son muy estrictos, ya que a los narcotraficantes les interesa que dentro de la comunidad haya paz. Las drogas son malas en todas partes y aquí no es diferente, pero no alcanza el nivel para ser una epidemia.

Le doy un último trago a mi caipirinha que me refresca con la mezcla de sabor ácido y dulce, gracias a la lima y el azúcar que combinan a la perfección con la cachaça. Ahora solo queda hielo, miro a Henrique y los dos nos levantamos a la vez para ir a buscar el resto del grupo. A lo lejos veo a mis amigas que se les cae la boca al suelo con los pasos de baile de Pablo y sus amigos, parece que tenían una coreo preparada porque bailan samba coordinados a cada paso acompañados de los ritmos del funk carioca que se oye desde el bar.


Las favelas son un nido de creación, ya sea de capoeira como hacen Pablo y Enrique, de la samba, películas o graffitis, y sobre todo de la música funky, ya que es dónde nacen la mayoría de MC o DJ que producen sus canciones y añaden voces, sonidos y ritmos que podrían hacer bailar hasta a los muertos. Muchos han podido salvar su vida gracias a la música, desde MC Kevin o Chris, MC Kevinho, MC Teuzin, o incluso chicas que son verdaderas estrellas internacionales como Ludmilla que salió de la ciudad Duque de Caixas en el estado de Río de Janeiro, y que era gobernada por el ex-narcotraficante Fernandinho Beira-Mar, también conocido como “El emperador de Río de Janeiro” por ser el líder del Comando Vermelho. Otro claro ejemplo es la cantante Annita que logró salir de la favela de Honório Gurgel en Río de Janeiro porque comenzó a cantar en la iglesia de Santa Luzia y poco a poco y luchando por sus sueños, actualmente es la artista
brasileña más conocida en todo el mundo. El funk carioca es mucho más que música. Es un estilo de vida identitario de la favela, una forma de comunicación en forma de protesta y una vía de empoderamiento para representar a toda una comunidad que pasa desapercibida ante los ojos de quienes mandan. Pablo y Henrique están orgullosos de ser chicos de favela que se ganan la vida de forma lícita y honesta. Son el claro ejemplo de que con actitud, esfuerzo y sobre todo estudios se puede salir adelante y que quien se rinde rápido acaba estando de parte de las drogas y la violencia.

Detalles de una casa entre las callejuelas de Rocinha. – Fotografía de Berta Carreras


Entramos entre los callejones oscuros y húmedos entre la Rua Dionéia y Estrada Da Gávea, mi sentido de la orientación se pierde por completo entre calles arriba y abajo, pero Pablo nos guía hasta la fiesta siguiendo la estridente música que retumba entre los tochos desnudos de las casas. Antes de entrar a la fiesta Moscú, todos nos advierten que está prohibido sacar el móvil para hacer fotos o vídeos. Si lo sacamos y tenemos problemas ellos no nos podrán ayudar. Pienso en la última vez que Pablo nos dijo esa frase y lo que vimos después. No puedo disimular mi nerviosismo y miedo, siento que se me eriza la piel detrás de la nuca y los brazos.


En las comunidades se palpa un aire de unión y hermandad entre la gente que habita. El sentimiento común de salir adelante como sea une a toda la población de favela bajo un mismo objetivo. Hay normas internas que nadie ha escrito o dicho, pero que todo el mundo conoce. Los narcos tienen el mando de todo quién entra o sale, qué se dice y deja de decir o qué partes se muestran a los turistas para transmitirles la mejor parte de esta historia. Incluso Pablo o Henrique tienen que andar con ojo en estas fiestas, no solo por la lluvia de balas al aire que suele suceder a partir de las 5 de la mañana cuando la fiesta ya ha sobrepasado el límite de efusividad, sino también porque una mirada fuera de tono a una chica que ellos consideren que es «suya» o solo el hecho de hablar con ella puede ser motivo de conflicto. Los chicos en una fiesta de favela tienen menos función que un móvil en el agua. Mirar, sonreír o hablar con la chica equivocada les puede
traer serios problemas si resulta ser una «chica de narco».


Una carpa de circo cubre la gran plaza en medio de las callejuelas de Rocinha donde se celebra la fiesta. Entramos y miramos a la derecha, supongo que es el jefe del Comando Vermelho. Está sentado y rodeado de matones con metralleta y chaleco antibalas. Entramos con nuestro salvavidas, Pablo y Henrique y nos da el «okay» con la cabeza para entrar, pero no dejo de mirar su AK-47. Toda la plaza está rodeada de altavoces que dejarían sordo hasta las ratas que se
esconden entre las basuras de la favela, el «tuk tak ta turu tak» del funky se apodera de toda la multitud de chicas que mueven piernas, caderas y culos de forma inconsciente. Los chicos en una favela no tienen otra función que lucir sus pistolas y metralletas para pasearlas como pavos reales. Incluso algunos lucen todavía más disfrazados con chaleco y cinta de balas colgando de su hombro. La pistola en una favela es signo de respeto y poder, pero también la norma dice que
quien va armado en una fiesta no puede consumir alcohol ni drogarse. Toda esta escena de mi alrededor, digna de película, me hace empezar a dudar de las palabras de Henrique, que la salida difícil sea el narcotráfico empieza a desmontarse. La mitad de la fiesta luce armas en signo de apoyo al Comando Vermelho y hay vigilantes armados todos los rincones de las calles de acceso o salida de la fiesta. Los peces gordos tienen miedo.


Las enormes cadenas de oro de los dos vigilantes en el baño me dejan ciega, intento esquivar el barullo de gente que hace cola para ir al baño, que es simplemente un agujero en el suelo con un cubo. Somos la atención de toda la fiesta, chicas blancas y delgadas como palos, sin esas curvas despampanantes ni vestimentas ni purpurinas dignas de Carnaval, y eso que estamos en octubre. Se respira tensión en la pista de baile porque continuamente no paran de pasar chicos armados arriba y abajo. Sus miradas en forma de escáner vigilan a todo el que está en esa plaza bailando, persona por persona, pero especialmente nos miran a nosotras que somos el blanco fácil y las que más sobramos en esta fiesta. Me siento en «shock» al ver toda esta escena organizada por los capos de la droga de Rocinha, incluso veo niños de edades entre 10 o 14 años que están paseando descalzos en esta fiesta y lucen una metralleta. Saco el móvil con miedo a que me llamen la atención, pero solo quiero saber qué hora es. Son las 4 de la mañana, este no es lugar para un niño y menos tener una arma en mano.


Supongo que esta es la otra cara de la vida en una favela y que la situación de Pablo o Henrique es un privilegio que pocos deben tener en Rocinha. Ganan 150 reales (30 euros) por persona a partir de los tours que organizan a turistas curiosos que quieren visitar una favela. Henrique tiene estudios superiores de matemáticas y puede ejercer como profesor de primaria, y Pablo habla cuatro idiomas (portugués, español, inglés y francés). Además, son coordinadores de una
fundación de niños y participan en eventos de capoeira. La favela es lugar para dejar fluir la imaginación y crear arte, ya sea en forma musical o deporte. Antes de pisar Rocinha, pensaba que era un suicidio visitar una favela siendo turista, pero la verdad es que es un lugar muy seguro que cuidan a los forasteros para que no le pase nada y así fomentar este negocio que ayuda a tantos jóvenes a tener un trabajo digno. Pienso que Pablo y Henrique son una excepción a la regla
porque aunque sí que es verdad que hay negocios locales, ayudas a los estudios o salidas hacia el sector del turismo, el poder lo tiene el Comando Vermelho y muchos aunque no estén directamente en el negocio del narcotráfico son sus cómplices, protectores y secuaces. Las armas y las drogas dentro de Rocinha están a la orden del día, y aunque no sea tan fácil entrar en el negocio, el hecho de que los jóvenes vean las grandes cantidades de dinero y la ostentación en forma de joyas de oro y diamantes, puede ser más llamativo que un libro de matemáticas.


En esta favela bipolar tanto se pueden ver niños pequeños con metralletas en la mano como chicos que han podido salir adelante a base de esfuerzo.
Edificios lujosos con arquitectura que desafía las leyes de la gravedad, y casas amontonadas las unas encima de otras con luz robada y basura por todas partes. Brasil es el país de los contrastes. La pobreza se une con el lujo y dinero gracias al fútbol, que reúne gente de todos los estratos sociales, es un momento en que todas las desigualdades se borran y equiparan a todas las personas por igual. El Maracaná hace que todos los habitantes de Río se equiparen por un momento, al final todos con más o menos oportunidades acaban gritando ‘gol’ con la camiseta de Flamengo.


La curiosidad de entrar en un lugar peligroso o prohibido es lo que llama a muchos europeos y estadunidenses a visitar una favela. La intención y propósito de visitar un lugar como este lo marca cada uno, pero hay que tener en cuenta que los tours en favelas son de gran ayuda económica para que la gente pueda comer y cubrir todo tipo de necesidades básicas para vivir. Cada uno decide si su visita a Rocinha quiere que sea una «romantización» de la pobreza o una inmersión cultural para aprender de ellos. Ser un turista que actúa como si una favela fuera un zoológico o ser un viajero que se quiere empapar de su esencia es una decisión que está en manos de cada uno, y esta no requiere de esfuerzo o estudios.

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