Por Jessica Salas.

En las montañas del norte de Nicaragua, donde el verde se extiende hasta donde alcanza la vista y el canto de los pájaros marca el inicio del día, se encuentra Quilalí. Este municipio de Nueva Segovia, conocido como el “Valle de Panlío de los Cinco Ríos”, no solo se distingue por su belleza natural, sino también por el alma trabajadora de su gente.
Entre cafetales, surcos de maíz y parcelas de frijoles, vive y siembra Santos Fermín Rodríguez Palacios, un hombre cuya vida está profundamente enraizada en la tierra que lo vio nacer.
Don Fermín nació el 7 de julio de 1962 en Quilalí, en el seno de una familia de agricultores. “Desde los 15 años comencé a trabajar en el campo con mis padres. Ellos me enseñaron a amar la tierra”, cuenta con orgullo. Hoy, con 62 años, sigue levantándose cada mañana con la misma pasión por cultivar.
El campo como escuela de vida
«Uno aprende a leer la tierra como se lee una carta. Te habla, te enseña… solo hay que saber escucharla. Dice Don Fermin, con su mirada perdida en su cafetal.
A los 22 años, Don Fermin inició su vida en común con Nora Moreno Ruiz, quien tenía 16 en aquel entonces. Juntos construyeron un hogar lleno de esfuerzo y cariño, donde criaron a sus siete hijos. Ella no solo ha sido madre
y esposa, sino compañera incansable, pieza fundamental en la historia de este agricultor.
Detrás de cada agricultor como Don Fermín, hay una gran mujer que sostiene el hogar, acompaña en las decisiones del campo y aporta sabiduría silenciosa a cada jornada. Nora representa ese pilar firme que, aunque a veces no se menciona, es indispensable en el ciclo de la vida rural.
Desde entonces, Don Fermín ha dedicado su vida al cultivo de maíz y frijoles, empleando técnicas tradicionales heredadas de generación en generación. Utiliza la siembra directa y organiza los cultivos en líneas para facilitar el control de maleza, valiéndose de herramientas como la barra, el machete, la pala, el azadón y la bomba de mano.
Su finca sigue un calendario agrícola bien definido: de mayo a agosto, destina cuatro manzanas a los frijoles y dos al maíz. De septiembre a diciembre, repite el ciclo con ligeras variaciones, utilizando la tierra que antes fue sembrada con maíz para intercalar frijoles entre los surcos, optimizando el uso del suelo.
Cuando el clima es favorable y el trabajo ha sido constante, una manzana puede rendir entre 30 y 35 quintales de frijoles, (1q= 100kg) vendidos a 2,000 córdobas el quintal, que equivale a 48 euros. El maíz, aunque menos rentable, es esencial y se comercializa a 1,000 córdobas por quintal. La venta al por mayor representa su mejor alternativa económica.
Su producción no se limita a granos básicos: también cultiva una manzana de café que rinde unas 10 cargas (20 quintales) y una manzana de plátano con 300 matas, que comienzan a dar racimos a los tres meses. Estas siembras aprovechan el riego natural de una quebrada cercana, especialmente valiosa en tiempos de sequía.
Aunque aún no ha incorporado sistemas de riego por razones económicas, considera que el riego por aspersión (técnica que imita a la lluvia) sería ideal para su producción.
Una vida marcada por la tierra.
“El campo no es solo mi trabajo, es mi vida”, dice Don Fermín mientras toma café. Su rutina comienza al amanecer, entre el aroma del maíz cocido y el sonido del monte. Cada paso en su finca está también acompañado, aunque a veces en silencio, por la presencia de Nora, quien organiza la casa, cuida la alimentación, y apoya en todo lo que implica una vida ligada al campo. “Hasta hoy no he incorporado tecnología. Trabajo con lo que aprendí de mis padres”, afirma. Aunque no se queja, reconoce que los tiempos han cambiado. “El mayor reto ahora es el cambio climático. A veces llueve mucho, otras veces no cae una gota. Las plagas también nos hacen perder la cosecha”, lamenta. De igual manera aplico las técnicas tradicionales para el control de plagas, enfermedades y control de maleza.

El alma de la cultura local
Don Fermín es parte vital de la cultura alimentaria de Quilalí. Sus productos abastecen a familias de la región, donde el maíz y el frijol no son sólo ingredientes, sino símbolos de identidad. En cada tortilla que se tuesta en el comal, hay trabajo, conocimiento ancestral y también el esfuerzo compartido de un hogar trabajador.
Cuando le pregunté qué consejo daría a un joven que quiere iniciarse en la agricultura, responde sin titubeos:“Que use cultivos adecuados para su tierra, y que entienda que este trabajo es duro, pero muy valioso.”
A pesar de las dificultades, Don Fermin mantiene la esperanza y sigue soñando. Su meta es clara: “Producir más para tener una mejor economía”.
En este esfuerzo, valora el apoyo que ha recibido del gobierno en forma de asistencia técnica, capacitaciones y créditos. “Eso me ha ayudado a mejorar la productividad”, afirma.
Pero más allá de lo económico, su mayor tesoro es la tranquilidad que le ofrece el campo. “Es una vida maravillosa, más tranquila, llena de naturaleza. Podemos trabajar y compartir al mismo tiempo”, dice con una sonrisa que revela gratitud.
Lo que no se ve desde la ciudad
Hablar con Don Fermín deja una enseñanza poderosa. Detrás de cada comida servida, hay manos curtidas por el trabajo, mañanas frías en la montaña, y decisiones tomadas en familia. Su esposa, sus hijos, sus herramientas… todo forma parte del mismo tejido que sostiene nuestra alimentación.
“A la gente de la ciudad me gustaría que entendiera que este trabajo es duro, pero esencial para que no falte comida en ninguna mesa”, dice, con una mezcla de orgullo y cansancio.
En un mundo que cada vez se aleja más del origen de lo que consume, es vital reconocer a los que siembran, cuidan, cosechan y sostienen con dignidad nuestras tradiciones. Porque sin ellos, sin Don Fermín y sin Nora, no habría alimentos en nuestros mercados ni raíces en nuestros platos.
Al finalizar esta conversación con Don Fermín, queda claro que la tierra no solo nos da alimento, sino también sabiduría, paciencia y propósito.
Agradecemos a la Madre Tierra por ser fuente de vida y sustento, y a quienes, como Don Fermín la honran cada día con su trabajo silencioso y noble. Que nunca falte el respeto por ella ni el compromiso de cuidarla.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.